martes, 9 de febrero de 2010

Livingstone



Y ahí fuimos, a lo que pasó a ser unos de los viajes más memorables de mi vida.
En Livingstone, solíamos levantarnos a las 7.30. A las 8.30 estábamos preparadas para caminar un par de horas hasta llegar a uno de los pueblos donde cada día conocíamos nuevos niños y niñas, hacíamos amigos, compartíamos canciones y juegos así como principios morales, normalmente acerca de la limpieza (dentro de la sencillez económica), el amor a los animales, la obediencia y el respeto, así como la unidad de la familia humana dentro de su diversidad de razas.
En estos 10 días, Neda y yo la vimos por primera vez en nuestra vida. La vimos en todas y cada una de las miradas de esos niños, la vimos en cada casa y en cada patio, la encontramos en la manera de hacer las tareas domésticas, en la manera de hablar y tratar con desconocidos, en cada sonrisa y salto de alegría, en cada saludo y cada silencio bañado de amor. Y no me refiero a la Pobreza... me refiero a la SENCILLEZ. La sencillez como una característica fundamental en todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Aprendimos a adoptar la Sencillez como método y sistema de pensamiento.
Una sencillez de la que muy a menudo nos olvidamos cuando todo lo que nos rodea es diversamente complicado; cuando en vez de tener un lápiz, contamos con montones, de diferentes colores y tamaños; cuando en vez de tener una camiseta, tenemos treinta y no hay ni una que se parezca a otra; cuando olvidamos el verdadero propósito de todas y cada una de las cosas que hacemos durante el día. Olvidamos que el objetivo de jugar es divertirse, que el de beber es saciarse, y que el de bailar y cantar es dejar que el alma se exprese. Lo complicamos todo: los pensamientos, las conversaciones, las relaciones humanas, nuestros vicios y aspiraciones, y perdemos el sentido del propósito.

Durante mis días en Livingstone y en sus aldeas aprendí a darle la importancia adecuada a los valores de mi vida. Conocí lo que es la pureza y la transparencia. Me di cuenta de lo Sencillo que es reírse por cualquier cosa que inspira alegría, llorar por todo aquello que conmueve el alma, sentir pequeñas cosas, hablar con cualquier extraño, saludar y sonreír a todo aquél que se cruza en mi camino y expresar amor a todos aquellos niños, desde el que se esconde tímido detrás de un árbol hasta el que se acerca valiente a extenderme la mano y saludarme.

Aprendí que “hospitalidad” es uno de los conceptos más relativos que existen cuando eres recibido en una casita de barro, eres invitado a sentarte sobre un ladrillo, y te ofrecen un vaso de agua y te sientes la persona más afortunada y querida del mundo.

En Livingstone descubrí que la felicidad se encuentra en algo tan básico como un vasito de agua fresca, un mango o un poco de brisa, andar viendo la puesta de sol, hablar contando historias de nuestra vida, y haciendo de cualquier experiencia algo gracioso y memorable. Me di cuenta de que la suciedad a veces es algo con lo que hay que aprender a convivir cuando no hay otra opción y que, de hecho, cuando en la mirada de un niño la pureza interior brilla por sí sola, uno puede llegar a obviar su evidente suciedad física.

Y… ¿qué queréis que os cuente? Infinidad de aprendizajes que por muchos libros que leas no puedes adquirir hasta vivir semejante experiencia.

…Sencillez…

1 comentario:

  1. Hola Aida, cuanta razón tienes, con tus palabras
    me has removido el alma, ha sido como sentarme en ese ladrillo y estar bebiendo allí, gracias
    por existir y por la SENCILLEZ.

    Un beso y un abrazo muy fuerte, hasta pronto.

    Glória (Calella)

    ResponderEliminar