En Livingstone, solíamos levantarnos a las 7.30. A las 8.30 estábamos preparadas para caminar un par de horas hasta llegar a uno de los pueblos donde cada día conocíamos nuevos niños y niñas, hacíamos amigos, compartíamos canciones y juegos así como principios morales, normalmente acerca de la limpieza (dentro de la sencillez económica), el amor a los animales, la obediencia y el respeto, así como la unidad de la familia humana dentro de su diversidad de razas.
En estos 10 días, Neda y yo la vimos por primera vez en nuestra vida. La vimos en todas y cada una de las miradas de esos niños, la vimos en cada casa y en cada patio, la encontramos en la manera de hacer las tareas domésticas, en la manera de hablar y tratar con desconocidos, en cada sonrisa y salto de alegría, en cada saludo y cada silencio bañado de amor. Y no me refiero a la Pobreza... me refiero a la SENCILLEZ. La sencillez como una característica fundamental en todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Aprendimos a adoptar la Sencillez como método y sistema de pensamiento.
Una sencillez de la que muy a menudo nos olvidamos cuando todo lo que nos rodea es diversamente complicado; cuando en vez de tener un lápiz, contamos con montones, de diferentes colores y tamaños; cuando en vez de tener una camiseta, tenemos treinta y no hay ni una que se parezca a otra; cuando olvidamos el verdadero propósito de todas y cada una de las cosas que hacemos durante el día. Olvidamos que el objetivo de jugar es divertirse, que el de beber es saciarse, y que el de bailar y cantar es dejar que el alma se exprese. Lo complicamos todo: los pensamientos, las conversaciones, las relaciones humanas, nuestros vicios y aspiraciones, y perdemos el sentido del propósito.
Durante mis días en Livingstone y en sus aldeas aprendí a darle la importancia adecuada a los valores de mi vida. Conocí lo que es la pureza y la transparencia. Me di cuenta de lo Sencillo que es reírse por cualquier cosa que inspira alegría, llorar por todo aquello que conmueve el alma, sentir pequeñas cosas, hablar con cualquier extraño, saludar y sonreír a todo aquél que se cruza en mi camino y expresar amor a todos aquellos niños, desde el que se esconde tímido detrás de un árbol hasta el que se acerca valiente a extenderme la mano y saludarme.
Aprendí que “hospitalidad” es uno de los conceptos más relativos que existen cuando eres recibido en una casita de barro, eres invitado a sentarte sobre un ladrillo, y te ofrecen un vaso de agua y te sientes la persona más afortunada y querida del mundo.
En Livingstone descubrí que la felicidad se encuentra en algo tan básico como un vasito de agua fresca, un mango o un poco de brisa, andar viendo la puesta de sol, hablar contando historias de nuestra vida, y haciendo de cualquier experiencia algo gracioso y memorable. Me di cuenta de que la suciedad a veces es algo con lo que hay que aprender a convivir cuando no hay otra opción y que, de hecho, cuando en la mirada de un niño la pureza interior brilla por sí sola, uno puede llegar a obviar su evidente suciedad física.
Y… ¿qué queréis que os cuente? Infinidad de aprendizajes que por muchos libros que leas no puedes adquirir hasta vivir semejante experiencia.
…Sencillez…
Hola Aida, cuanta razón tienes, con tus palabras
ResponderEliminarme has removido el alma, ha sido como sentarme en ese ladrillo y estar bebiendo allí, gracias
por existir y por la SENCILLEZ.
Un beso y un abrazo muy fuerte, hasta pronto.
Glória (Calella)